"Quedaba yo abandonado en esa ruta donde no pasaba un ser humano en muchos días, a veces. ..."
Santiago Dabove.

miércoles, 26 de octubre de 2011

 Quito estaba muy bueno. Me quedé un mes dando vueltas por esa ordenada capital ecuatoriana. Entre los amigos que conocí, estaba Lindsey, una viajera instalada en Quito desde hacía unos meses. La vi en un bar por 10 minutos, me habló de Berkeley y de un mundo físico que solo existía porque alguna mente lo estaba percibiendo. Le hubiera invitado una cerveza pero no tenía un peso. Desapareció. Yo quise que regrese de alguna forma y lo hizo de la mejor manera, siendo mi compañera durante los últimos meses (y los más intensos) de mi viaje.


Quito - Ecuador. 


   


  Había leído por ahí que el valle de Sibundoy, en el oriente sur de Colombia era el hogar de varias tribus indígenas, cabecera del río Putumayo y el sitio con la mayor concentración de plantas alucinógenas del mundo. El camino que nos llevaba hasta ese místico valle del alto Putumayo era conocido como "la carretera de la muerte". Un camino de tierra, húmedo y angosto en donde la niebla espesura de esa alta selva, los derrumbes y la muerte eran cosas comunes. 




La Carretera de la muerte, Mocoa - Sibundoy.
En la parte de atrás de este camión hicimos ese recorrido.


Y ahora que hacemo? 






Después de caminar un largo rato por San Agustín, vivimos unos días con los Kamsá (hombres de aquí) en un valle a orillas de los arroyos que luego formaran el Río Putumayo a 2.200 metros de altura sobre un corredor Andes-Selva en el costado oriental de los andes colombianos. Nos alimentamos y emborrachamos con chicha de maíz fermentada.


La mayoría de las casas tenían en sus frentes hermosos árboles de floripondio, ellos los conocen como borracheros y simbolizan protección por un lado y también se usan en rituales específicos.





Valle de Sibundoy

Valle de Sibundoy










El día era caluroso, ese calor de la selva que te envuelve de cabeza a pies. Mi amiga Lindsey estaba alejada del mundo real, pero sentada en la tierra leyendo Más allá del bien y el mal de Nietzsche. Yo hacia dedo en un pueblo cerca de Orito en el Putumayo Colombiano. El agua de la lluvia llegó y junto con ella un personaje que nos iba a llevar al mundo místico de los Cofanes. Vi sus collares de jaguar, sus pulseras de colores fuertes y supe que era Chaman. Los chamanes en la Amazonía colombiana se hacen llamar Taitas, que significa padre en lengua quechua. Le pregunte si daba yagé, que es la palabra que usan para el ayahuasca, y si nos llevaba a la Hormiga a buscar a un taita Cofan que me habían recomendado en Mocoa. No sólo me dijo que nos llevaba sino que él iba a una ceremonia en dónde estarían varios taitas reunidos, nos dijo que eran Cofanes y que había que caminar un buen rato por la selva hasta su maloca.


Este personaje se hacia llamar Taita Cachi, decía ser Huitoto, una etnia que aún habita en la amazonia Ecuatoriana y Colombiana, por el río Putumayo. El camino hacia la Hormiga era pésimo, entre los aturdidores ruidos de chapas de su camioneta pude deducir que el taita Cachi sabia mucho de la planta y que era un tipo duro, me habló de Universario, el Chaman que vivía cerca de la maloca, propiamente Cofan. Esta etnia habitan aún en Colombia, hay grupos Cofanes que viven en los ríos Guamés y San Miguel, en las reservas Santa Rosa del Guamés, Santa Rosa de Sucumbíos, Yarinal y el Afilador. También se los ve por el rio aguarico de Ecuador, en el departamento de Sucumbiós. En el camino, a una media hora antes de llegar a la Hormiga la camioneta dobló a la derecha por una calle angosta hasta que después de 10 minutos se detuvo abajo de un árbol. Comenzamos a caminar con nuestras mochilas hasta una casa de madera en dónde una señora Cofán nos dió un plato de pescado con arroz. El taita Cachi desde una hamaca respondió a cada una de las preguntas que yo le hacía sobre los psicoactivos del yagé, sobre los rituales y sobre otras drogas de la amazonia. Hice un té de guayusa que había traído de la amazonia ecuatoriana y todos quedaron encantados, la guayusa es la planta con más cafeína que se conoce y crece sólo a los alrededores del Napo Ecuatoriano. Es muy buscada en Colombia.


Caminamos por la selva unos 30 minutos hasta una cabaña en medio del verde monte, ya atardecía pero alcancé a ver los rostros de unos niños, de una pareja de gente mayor, y otros cuerpos que en silencio caminaban o se mecían en las hamacas que ahí estaban colgadas. Até la mía y me puse a descansar, Lindsey hizo lo mismo. Dormí.



Maloca Cofan



Cuándo desperté había una o dos personas más, hablaban y reían en voz baja, la noche ya había caído y alguien había prendido unas velas. Busqué al taita Cachi y le mencioné si había algún problema en que Lindsey hiciera la ceremonia estando con su regla. Me dijo que no iba a poder ser y que nadie debía saberlo, porque en ese caso, los Cofanes no la dejarían ni siquiera estar allí. Con su muy inteligente feminismo Lindsey se enojó y se propuso ser muy observadora de cada detalle de la ceremonia. Al rato el taita Cachi me presentó a Universario, un viejito no muy alto, la obscuridad no me dejo ver ni su cara ni sus ojos, vi un cuerpo muy armado y una tranquilidad en su habla que me gustó. Me dio la bienvenida y me dijo que podría estar allí el tiempo que quisiera.






 Los silbidos comenzaron a robarse la noche, el ritual comenzaba. Se oían soplidos y uno a uno se iban acercando al frente del taita Universario que sentado en un banquito soplaba el recipiente de madera que contenía el yagé. Observé cada movimiento de los que pasaban a tomar lo que ellos llaman EL REMEDIO y también vi los ojos de Universario, con una mirada dura. Llegó mi turno e imité lo que los otros habían hecho, me arrodillé en frente de él, y mientras el cantaba me estremecí recordando el sabor del ayahuasca, una suerte de arcada me dio con solo imaginarlo. Me pasó el recipiente y lo sentí muy pesado, pensé en no poder acabarlo, me hice como todos la señal de la cruz y comencé a beberlo intentando no sentir, no oler. Me sorprendí al ver que era mucho más aguado y no tan asqueroso que los que había tomado en las comunidades shipibas, quechuas y kamsak. Lo acabé en 3 o 4 sorbos. Le di mis manos y el las sopló. Luego fui al fuego y me senté relajado. Me dio un ataque de bostezos y fui a la hamaca a descansar. No se cuanto tiempo dormí, me despertó el taita cachi ofreciéndome más yagé, no alcancé a decirle que no y a los tumbos tuve que salir a vomitar, estaba muy mareado y vomite mucho. Vi muchos colores de golpe, parpadeé y los colores se hacían más fuertes. Volví como pude a la hamaca. Cerré los ojos y comencé a sentir en mi cuerpo y en mi cabeza todas las sensaciones de todas las drogas que había probado en mi vida, mi boca comenzó a largar mucha saliva como cuando comí amanitas muscarias, sentí la introspección de ese lindo viaje en una montaña de mi Córdoba. Mi corazón se aceleró y sentí que todo lo podía, mi autoestima y soberbia era muy alta, como cuando probé la cocaína colombiana. Ideas locas se conectaban con una lógica también loca como cuando fumo marihuana. Sentí hambre. Mis ojos veían los caleidoscópicos colores del LSD, sentía que se abrían puertas en mi cabeza y que lo podía ver todo, todo mi cuerpo estaba inundado de dalilescas sensaciones lisérgicas. Sentí el hachís y me colgué, sentí el hongo de Los valles de Colombia, el San Isidro (Psilocybe cubensis) y corrí. Sentí que todo eso era bueno, que todo tomaba forma ahora, sentí esas drogas una por una y todas a la vez. Sentía un cosquilleo que recorría mi cabeza y bajaba por mi espalda, me gustaba sentirme así. Vi con claridad que todo eso que experimenté era un sendero que me llevaba al ayahuasca. No se como pero cuando volví de ese viaje estaba en el fuego sentado y había un hombre, creo que era el padre de los niños que andaban por ahí, estaba con los ojos cerrados y sonriendo. Mis ojos estaban cansados, los cerré y vi un círculo de luz que rodeaba a la maloca, sentí que nos protegía, que estando ahí adentro nada malo podía pasar. La cabeza empezó a sentir esa hermosa sensación de cosquilleo acompañada con una sensación de agrandamiento y achicamiento del cráneo que me gustaba, pero que no aguantaba mucho tiempo, para frenarla había que abrir los ojos, y lo hice. Entonces fue cuando vi a Universario corriendo con pasos cortos, cantando y moviendo un palo con cenizas que largaba humo y un olor agradable. Sus cantos eran hermosos y en su lengua Cofan pero a veces entendía palabras sueltas incorporadas como DIOS MIO, AYUDAME, ALUMBRAME. Me gustaba oírlo, cerré los ojos para escucharlo mejor y volvieron esas sensaciones de sentir mi cabeza inflándose, abrí los ojos otra vez y sonreí al ver la belleza de un montón de taitas vestidos de colores danzando y tocando armónicas. En ese momento creí que nunca había visto algo tan lindo y auténtico, era una fiesta. Iban y venían corriendo mientras Universario seguía rodeando la maloca siguiendo el mismo camino que yo había visto en forma de luz rodeando y protegiéndonos. Todas las armónicas sonaban a la vez y en un volumen muy fuerte, pero el sonido no era caótico, había orden, había magia. Cerré los ojos y unos verdes y azules muy intensos pintaron mi cabeza, logré escuchar cada nota de cada armónica por separado, iban y venían desde y hacia la selva, se perdían algunas lentamente y volvían a aparecer con mayor intensidad. Con los cantos pasaba lo mismo, por momentos se callaban y lentamente salían de nuevo en forma progresiva hasta sentirlos casi susurrando mi oído. Todos callaron de repente y un silencio absoluto llegó. -Cachiiii, Cachiiii- gritaba una voz con mucho sufrimiento y miedo, era un cumpa que no estaba pasándola tan bien en su viaje, la voz de Cachi vino como desde la selva diciendo : Piense primo, piense- Yo más bien le hubiera dicho No piense, no piense!- ya que el ayahuasca de repente te trae muchos pensamientos a la vez, son demasiadas cosas juntas y uno no sabe que carajo hacer con todo eso! conexiones muy complejas y simultaneas vienen entre ideas y colores. Lentamente fui bajando, el fuego me abrazaba y me sentía muy contento, hablé un rato con un pibe de Bogotá que estaba desde hacia un tiempo viviendo con los Cofanes, le hice preguntas y el se entretuvo contándome detalle por detalle los símbolos del ritual, que significaba cada hoja, cada danza, cada limpieza, la función de los taitas ayudantes, y me habló mucho de Universario.


Tuve ganas de tomar yagé otra vez y lo hice. Inmediatamente me acordé de Lindsey, no la vi en toda la noche, sonreí al pensar que pasaría por su cabeza al escuchar y ver las danzas y la gente dando tumbos, vomitando y el pibe del mal viaje que no dejaba de gritar. Fui a verla y justo donde ella estaba el taita Universario estaba haciéndole una limpieza a una mujer semidesnuda, la escupía con aguardiente, y la golpeaba con una planta de espinas. No quise entrar y volví al fuego. Cerré los ojos y el mundo dentro de mi cabeza volvió a activarse, a palpitar con un ardor sensual que se perdía en surreales conbinaciones. Películas que se estiraban como chicle en mi mente. Recordé lo que había leído, olvidarse de todo y concentrarse en una sola imagen. Era imposible, las imágenes cambiaban al ritmo de los pensamientos. Abrí los ojos y vi cuerpos perdiéndose en la selva a vomitar, volvían dando tumbos. En esos momentos con una humilde sonrisa y con un tono muy materno el taita Universario me dijo que lo siguiera. Me sentó en dónde la mujer semidesnuda había estado, me saque mi camisa y sus cantos me llevaron a una suerte de entresueño hipnótico, los plumerasos con las hojas de Waira sacha me acariciaban toda la piel, el frio alcohol que me escupía me estremecía. Le agradecí la limpieza y me acosté al lado de Lindsey que estaba en la hamaca en silencio y observando cada detalle de esa extraña ceremonia. Me preguntó si estaba bien, intenté decirle que si, pero no pude hablar bien, Salí afuera y las estrellas se estrellaban al suelo en línea recta, el suelo estaba lleno de sombras. Necesitaba dormir, y lo hice.


De izquierda a derecha, Lindsey, taita ayudante, Universario, Yo y el aprendiz del Taita Universario.

miércoles, 12 de octubre de 2011

Una noche me subí a otra lancha que recorrería el Amazonas durante 3 días  hasta Leticia, una triple frontera que comparten Perú, Brasil y Colombia. La lancha se llamaba “Camila” y un mes después me iba a enterar que  naufragó a la altura del Caserío Santa Rosa,  (dónde estuvo el Che en ese primer viaje en motocicleta) dejando varios muertos y kilos de cocaína  en el fondo del Amazonas.

Amazonas desolado..


Niñas viajando en  "Camila"





Después de unos días locos en esa triple frontera y de ver mucho negocio en torno al ayahuasca,  me subí a otra lancha que seguiría por el amazonas hasta Manaos. Ese viaje fue el más caro de todos y duró tres días y medio. En esos días encontré un río Amazonas de colores muy distintos a esos marrones y grises apagados que la pobreza y el hambre mostraba del lado peruano.


Atardecía...








El Río Negro perdiéndose en el Amazonas.





Una vez en Manaos, como asustado de tanta ciudad, me volví a perder en la selva dejando atrás al Río Amazonas y siguiendo las orillas del Rio Negro hasta Boa Vista, a unos kilómetros de la frontera con Venezuela.
Una vez una maestra que daba clases en una comunidad brasilera en el medio de la selva, donde sólo se accedía en avioneta, conoció a un alumno que se convertiría en su esposo hasta el día de hoy. Ellos ahora viven en Boa Vista y me abrieron las puertas de su casa por unos días. Por fin descansé.


Ellos sabían de plantas y cultivaban cucumelos. Me hablaron de otras plantas, raíces y hongos locos en toda esa zona del Amazonas. Todavía hoy me pregunto por que no busque algún contacto para meterme a conocer a los que daban esas plantas.











Y así seguí por Venezuela, por el Orinoco, hasta ese Caribe caliente que me mantuvo en suspensión vagando sin mucho rumbo por todo Venezuela y el norte de Colombia.



Cruzando el Orinoco.

Puerto Ordaz

Isla Margarita

Isla de coche- Venezuela.

Puerto escondido- Cepe, Venezuela.




Recién me echaban de Colombia por caerle mal a una vieja de migraciones que no quiso darme unos días más a mi visa de turista. 
Allá dos alemanes me hicieron  despertar todo eso que había vivido en esos meses en la selva. Averiguando encontré que Ecuador tenia mucha historia sobre el ayahuasca, que aún hay comunidades no contactadas por occidente. Me fui con los alemanes al oriente de quito en busca de algún Chaman. Allá, cerca de Tena, en la puertas de la amazonia Ecuatoriana, di con un viejo que decía tener buena ayahuasca. Como estaban los alemanes que poca pinta de pobre tenían el chaman no perdió la oportunidad de pedirnos un poco de plata. Yo no tenía un peso y los alemanes pagaron por mí.







Todo lenguaje es un alfabeto de símbolos cuyo ejercicio presupone un pasado que los interlocutores comparten; la enumeración, siquiera parcial, de un conjunto infinito. En ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia. Lo que vieron mis ojos fue simultáneo: lo que transcribiré, sucesivo, porque el lenguaje lo es. Algo, sin embargo, recogeré.
                                                                                      J.L. Borges.
 
 
En Culla Loma, no muy lejos de Tena y de misahuallí, a orillas del Río Napo.

Después de un día de dieta total, de meditación y de macerar y cocinar el ayahuasca y la hoja de chala en leña todo estaba listo. Eran las 9 de la noche en la mitad del mundo, el kuraka Don Luis que nos guiaba el viaje ya no era un campesino común que le gustaba la plata, su torso desnudo dejaba brillar los collares que de sus antepasados había heredado, sus más mínimos movimientos hacían sonar en percusión  los colgantes de dientes de jaguar. Su actitud era como de quien posee la magia de la naturaleza y en sus manos la sugestión de varias personas, entre ellas nosotros ahí presentes.
Cantó, bebió, luego bebí yo, después mis dos amigos y por último una niña que nadie había visto en esa tarde, pero que allí estaba ahora. Los cantos quichuas siguieron.
De repente yo estaba al frente del chaman sentado, sin remera y mientras cantaba me escupía el cuerpo, la cara, la cabeza con una especie de licor que olía tan fuerte cómo un  perfume barato, me golpeaba con un plumero de hojas como quien limpia una pared. El lugar era una especie de quincho de madera y de caña, dónde la noche entraba en forma de luz por las aberturas.





La manera de cantar del chaman me relajaba, me gustaba, no así que me escupiera ese frío licor. En medio de cantos quichuas, escupitajos y plumerazos vino a mí la primera visión: Un hombre muy anciano, de ojos claros e inteligentes, de rasgos aborígenes con muchos collares también,  sentado en la tierra cómo un árbol. Sentí que esa era su tierra, que él nunca se movería de allí. Esa tierra madre que por generaciones los abrazó, les dio de comer. El caudaloso Río Napo y la complejidad de la selva fueron testigos del día a día de la gran familia Andi que habita toda esta zona en comunidades de 20 o 30 familias.
Los cantos seguían, ahora el chaman me aspiraba suavemente en la coronilla de la cabeza y luego tosía tan fuerte que casi eran arcadas, él estaba chupando lo malo de mi cuerpo y escupiéndolo, según el ritual. Los cantos cesaron, algo mareado me paré y fui hacia el fuego que brillaba en la negra noche fresca.  Mi cuerpo estaba sensible, el fuego me hizo bien.
Sentado sin mirarme pero no sin ignorar mi presencia estaba el anciano que en el quincho se presentó, con la mirada clara perdida en el fuego, moviéndose lentamente como al ritmo de los cantos del chaman, que ahora seguían en ceremonia a uno de mis compañeros.  Me acosté, cerré los ojos, me relajé al calor del fuego y de la noche y mi mente salió a dar un paseo por los senderos de la selva que esa tarde caminó. Uno de esos senderos llevaba directo a una Liana de ayahuasca. Siempre supe que hacia allá me dirigía. No fue difícil encontrarla, la luna la apuntaba con un láser plateado. Ella aprovechaba y brillaba como un arroyo cordobés a la siesta. Estaba hermosa, como un niño se trepaba a un árbol y luego volvía a bajar, me senté a su lado y muchas visiones aparecieron de golpe. Ví el cielo de Colombia, ví a Carito feliz, a un Medellín limpio, con flores de muchos colores. Vi a Dianita y a su bohemia Bucaramanga, saltaban y gritaban de alegría, Bogota se presentó lluviosa y gris como siempre, pero con Lucre y Leo en la casa de nuestros amigos de allá, solo cagandose de risa. Luego los indios guallú de la guajira colombiana seguían su andar por el desierto, a orillas del mejor mar que nunca imaginé. Sonaron también los tambores de la costa atlántica, también los de la pacifica que no pude oír hace unos meses. Todo lo que veía lo veía con detalles, con los buses pasando, los peatones, la pobreza, la riqueza, los olores, las sensaciones, las resacas. Todo eso pasaba en un extraño tiempo sucesivo.
Volví al fuego, vomité en el camino varias veces, me sentí limpio, relajado, liviano. La luna ya exageradamente hermosa me alumbraba el camino. En el fuego estaban mis amigos, parecían dormidos pero yo lo sabía muy bien, estaban en estado de alerta total.
Me senté y el hijo del chaman, Juan, me habló de su abuelo, un kuraca que vivió 103 años y que todos respetaban mucho. Creí saber ahí quién era el anciano que antes quiso que yo lo viera. Los cantos y las arcadas del chaman seguían desde el quincho curando a la niña enferma. Juan comenzó a contarme historias que su abuelo le había enseñado. Me habló de una selva de espíritus, de plantas, de dioses, de magia, de hombres que se convierten en animales, de un extraño ciclo en dónde todo se compensa con las plantas, me habló de otros tiempos, de otros lugares,  de un mundo mágico que ya no vive con los hombres desde hace mucho tiempo. Yo a veces, muy atento, preguntaba algo y él se convertía en un mejor orador al ver mi interés. El oraba lento y muy bajo. La noche era perfecta. El fuego tibio y amarillo azulado. No había sonidos más que los de los animales de la oscuridad. Los sonidos eran un quilombo. En medio de ese orden caótico caí en un dormir muy profundo.
 
No recuerdo si soñé, dicen que siempre soñamos, yo ya no sé. La cuestión es que desperté sintiéndome muy bien, escuchando a los pájaros de otra manera. Sabía muy bien que la noche anterior había sido especial, sabía que estuve curioseando por lugares de mi cabeza a los que no tengo acceso voluntario por ahora. Me sentí otra vez limpio. Ya nada era lo mismo que ayer.
El chaman durante el día me dijo que en la ceremonia un tigre se me representó y me dejó un amuleto que me protegería en mis viajes, un cristal celeste con una cruz al medio. Le agradecí a él y a la planta, y me volví a Quito.



Con los alemanes saliendo de las cuevas Jumandi.

Chaman cortando la raíz de Ayahuasca









lunes, 1 de agosto de 2011

El río de la desolación..

  




Hacía un mes que estaba recorriendo los alrededores de Iquitos. Esta ciudad nació en la época del caucho, allá a finales del siglo XIX. Llegar ahí me había costado unos 4 días navegando por el salvaje río Ucayali, desde Pucallpa. Una mañana vi que otro marrón y ancho río se nos unió. Un viejo de la lancha me dijo que era El Marañón, y los dos formaban el Rio Amazonas propiamente dicho. Dos densidades de aguas distintas se unían dándole lugar al río más caudaloso del mundo. Iquitos esta en el medio de la amazonia. Solo un episodio histórico como la fiebre del caucho podría haber dado lugar a la creación de una ciudad en tan remoto lugar. Hoy tiene 1 millón de habitantes.
En la lancha . Pucalpa- Iquitos.

Soledades selváticas

Bananeros del Ucayali.


Las redes sociales favorecieron para que contacte a un lugareño muy buena onda. David me mostró los afluentes del amazonas en una pequeña embarcación con un motorcito (“peque peque”). Él conocía la selva como nadie y cada vez que se adentraba a la virgen espesura se transformaba en una suerte de Tarzan catedrático; cada hoja, cada liana, cada fruto, cada insecto, y sobre todo, cada orquídea tenía su explicación y el me la hacía saber entusiasmado. Aprendí a distinguir árboles que curan las heridas como la sangre de grado, ciertos hongos que no se pueden ni tocar, frutos comestibles, tomar agua de algunas lianas. Pero lo que no pude aprender es como evitar que los isangos se suban por los pies hasta los huevos y no poder sacarlos hasta que, ya hinchados de tanta sangre que me chuparon, podía distinguirlos y arrancarlos de mí. En general todas las personas del departamento de Loreto son muy supersticiosas. Ellos viven todos los días con muchas leyendas y mitos que los condicionan a actuar de una u otra forma. David y su esposa Rebequita se encargaron de contarme en primera persona las más conocidas historias populares de esa parte del amazonas, algunas graciosas, otras no tanto. Sin darme cuenta me sugestioné de tal manera que cuando navegábamos por el río Momón, volviendo de las comunidades, no dejaba de fantasear con ese mundo mágico e interesante. Un día David me presentó a un chaman Shipibo. Yo antes de comenzar mi viaje había leído bastante sobre la planta maestra de la selva. Ayahuasca es el nombre quechua de la planta y el más común. (soga del ahorcado o soga del alma). Aunque también se la conoce con los nombres de Caapi, Dápa, Mihi, Kahi, Natema, Pindé o yajé. Está en todo el amazonas y es usado por los indígenas para distintos fines. Los indígenas creen en los poderes divinos de esta planta que fue entregada directamente por los dioses a los primeros habitantes de la tierra. Hacía un buen tiempo que yo quería participar de una ceremonia, un poco por curiosidad, otro poco por esa necesidad de cosas nuevas que nos acompaña en los viajes, y por algunas otras razones que luego tomaron forma.






El chaman salió de unas escaleras que daban al río Nanay, yo lo estaba esperando al lado de un teléfono público. Me saludo y me pidió que lo acompañe por unas escaleras que llevaron a un sendero que parecía que se iba a perder en el río. Tal cual lo predije todo en mis pies se hizo barro, entonces subimos a unas maderas finas y haciendo uso del equilibrio nos perdimos en un barrio sobre el río. Sé que fueron muchas las casas que cruzamos, sé también que muchos rostros me miraron. Todas las puertas estaban abiertas. - Aquí es mi casa-, dijo sonriendo, y nos sentamos en un sillón, debajo de una pintura en dónde había una sirena enroscada a una serpiente y de fondo un mándala. El chaman mirándome me contó sus inicios en el chamanismo, me describió su pueblo, mientras también les decía algo en un idioma indígena a unos niños que corrían por ahí, comprendí que toda su familia era shipiba, una comunidad que vivían sobre el rio Ucayali, cerca de Pucallpa. Me dijo que la mayor parte del viaje dependía de mí, y que él sabía que yo iba a tomar la medicina con algún fin, y eso era bueno.

Barrio de Belen. Iquitos. 
Barrio de Belen- Iquitos 
Rio Momon

Río Ucayali


A las 9 de la noche toda su familia se acomodó en los cuartos de madera, la casa se hizo oscura y una vela dejaba ver al chaman sentado con su bata, una botella de ayahuasca, una esencia y muchos cigarros de tabaco. Unos suaves cantos en shipibo, un silencio, el sonido del concentrado líquido cayendo en un pote con dibujos de serpientes y las manos de él ofreciéndome de beber. Con las dos manos recibí el ayahuasca y concentrado y bastante sugestionado en las circunstancias que desde hace unos años me llevaron a esta noche, tome de a poco (porque era asqueroso) el marrón rojizo brebaje… El viejo canto para que yo entendiera; “Ayahuasca Medicina, embriágame bien! Ayúdame abriendo tus hermosos mundo para mí, También tu has sido creada por Dios, ayúdame a curar los cuerpos enfermos!.”
Todos los ruidos que de afuera se oían de repente callaron, y lo cantos del chaman con el coro de los grillos se adueñaron de la noche. Entonces sentí mi cuerpo cansado, relajado, me puse cómodo y vi un delfín. No podría decir, hasta ahí, que me sentí un delfín, sólo lo veía saltar sobre el rio Nanay, río que había navegado varias veces esos días, lo vi pasar por la unión de éste con el río Amazonas, unión llena de historias y mitos, lugar de respeto de todos los lugareños, dos ríos uniéndose dejando una clara línea de dos colores, uno negro y otro marrón tierra. Ese delfín yendo a la orilla estaba como en una película en mi cabeza hasta que justo antes de subir a tierra lo vi transformarse en mí, tal cuál unas de las más famosas historias de la zona, la “del bufeo colorado”, que cuenta que ese delfín rosado se convierte en un joven que va a levantar minas por las noches, y éstas, que se decían dormidas, despiertan con marcas en su cuerpo y hasta embarazadas. Así, esa especie de yo, de un solo salto llegó al puerto del Nanay, ví la selva virgen que dejaba atrás, sentí el aire de la noche a esas alturas. El puerto estaba vacío, había restos de un agitado día comercial en las calles, otro gigantesco paso me dejó en la plaza 28, vi la ciudad de Iquitos de noche desde las alturas, vi el centro y la prostitución que la caracteriza de noche, las oscuras casas y los moto taxis (ciudad de motos, no hay autos) amontonados en dónde había más luz. Otro salto me dejó en las puertas del Imet, un instituto en donde semanas antes había visto a la liana. Allí me hice pequeño y pasé a través de sus rejas y caminando lentamente y sin miedo me fui al lado de la planta, no había ningún sonido en el ambiente.
De repente estaba de nuevo en la habitación al lado del chaman escuchando sus cantos, me dijo que tomara más, tomé solo un poco, las arcadas me ganaron. Intenté acomodarme porque me sentía acalambrado, y sentí que mis piernas se movían pero en realidad seguían en su lugar. Mi cuerpo pesado seguía planchado ahí aunque yo veía a mis piernas moverse, probé con mis manos y también se movían sin moverse. Automáticamente me paré, me miré sentado con los ojos cerrados, vi al chaman moviéndose y cantando. Salí por los puentecitos de madera hasta afuera, un poco asustado, unos perros no dejaban de ladrarme sin acercarse. Subí las escalaras que me vieron bajar hacia unas horas y en otros 3 saltos me encontraba en la puerta del Imet, otra vez me las ingenié para pasar las rejas y caminé hasta la planta, en donde me ví, parado tal cual me había dejado antes. Lo loco es que éramos dos “yo” los que mirábamos la planta, miré en un momento a mi otro yo que estaba parado ahí y me vi de perfil como hipnotizado, con una leve sonrisa boluda e iluminado por la luz que emanaba la planta, en ese silencio escuché vida correr en mí y en la planta. Sentí un cosquilleo en todo mi cuerpo muy bueno, había mucha tranquilidad ahí, no quería irme nunca de ahí, no aguanté y comencé a acariciarla, a sentirla, a seguir con mis manos en sus vueltas, sus trenzas, a acariciarla como a la espalda de una mujer. Quise decir gracias pero comencé a vomitar mucho, no paraba de hacerlo. Ya estaba de nuevo en la casa. Cuando ya no había qué vomitar, (aunque por un rato me siguieron dando arcadas) me recosté en el suelo y sentí el mismo cosquilleo que allá, al lado de la planta, pero esta vez ya muy consiente. Entre la madera se veían luces del exterior que querían transformarse en animales, y en rostros, vi sombras con la imagen de Luca Prodan, con John Lennon, vi víboras y tigres. Me aburrieron rápido. Cerré los ojos, siguieron un rato es mi percepción pero al rato se desvanecieron para darle lugar a un estado de relajación total y ensueño mientras el chaman seguía cantando. En un momento me ví saliendo de la casa medio mareado, y con mucho cuidado para no caer al agua entre esos puentecillos, vomite de nuevo, un niño con una linterna (el hijo?) me guió hasta la calle ahuyentando a los perros que ladraban en la silenciosa y vacía noche de Iquitos. Frenó un moto taxi, me esforcé por hablar bien, decirle mi dirección, pelearle el precio y me subí. El viaje fue raro, muchas rayas que salían de las luces de la ciudad me dejaban medio ciego, al acercarnos le dije que me dejara unas cuadras antes. Quería caminar. Quería pasar por el Imet. Al llegar (era a la vuelta de dónde dormía) me senté un largo rato ignorando a un empleado de seguridad que estaba ahí mirándome sin entender nada (que bueno que no entendiera nada). Cerré los ojos y salí otra vez de mi cuerpo, salté esta vez las rejas, y tal cual lo supuse, éramos ya 3 con la planta. Ellos como entes, pero como en una foto movida, bien borrosos mirando y sonriendo, y la planta, esta vez con menos luz, regalando buenas sensaciones. Rápido volvimos a ser uno, volví a decir gracias, y me fui a dormir.
Al otro día me desperté con hambre, no podía comer nada hasta el mediodía según la dieta de la ceremonia, pero no me importaba, estaba liviano, me sentía relajado, y no recordaba los últimos ratos en la casa del chaman. Algo faltaba.
Por la tarde caminé hasta las escaleras y aunque de día todo era distinto, llegue a dar con la casa del viejo. Estaba en el sillón tomando una birra y riéndose me señaló la sirena pintada en su cuadro, -Y que tal le fue don Federico?- Me dijo sonriendo. Le conté entusiasmado detalle por detalle mis visiones, él afirmaba como sabiendo mejor que yo que había pasado. Dijo que la planta se me había presentado con forma de delfín. Me dijo que yo era muy fuerte y que ella jugó conmigo, entonces él lo tomó como un juego también. Con otros no es tan amable la primera vez, dijo, y por lo tanto su trabajo de guía es mas difícil, me dijo que le gustó mucho viajar conmigo, y que sería bueno dietando con la planta para recibir sus conocimientos. Lo saludé y con mucha paz y tranquilidad por volver a hablar con él y salí a caminar riéndome al imaginarme “chaman” y a la vez sabiendo que pronto volvería a encontrarme con la madre de las plantas.-