"Quedaba yo abandonado en esa ruta donde no pasaba un ser humano en muchos días, a veces. ..."
Santiago Dabove.

miércoles, 26 de octubre de 2011

 Quito estaba muy bueno. Me quedé un mes dando vueltas por esa ordenada capital ecuatoriana. Entre los amigos que conocí, estaba Lindsey, una viajera instalada en Quito desde hacía unos meses. La vi en un bar por 10 minutos, me habló de Berkeley y de un mundo físico que solo existía porque alguna mente lo estaba percibiendo. Le hubiera invitado una cerveza pero no tenía un peso. Desapareció. Yo quise que regrese de alguna forma y lo hizo de la mejor manera, siendo mi compañera durante los últimos meses (y los más intensos) de mi viaje.


Quito - Ecuador. 


   


  Había leído por ahí que el valle de Sibundoy, en el oriente sur de Colombia era el hogar de varias tribus indígenas, cabecera del río Putumayo y el sitio con la mayor concentración de plantas alucinógenas del mundo. El camino que nos llevaba hasta ese místico valle del alto Putumayo era conocido como "la carretera de la muerte". Un camino de tierra, húmedo y angosto en donde la niebla espesura de esa alta selva, los derrumbes y la muerte eran cosas comunes. 




La Carretera de la muerte, Mocoa - Sibundoy.
En la parte de atrás de este camión hicimos ese recorrido.


Y ahora que hacemo? 






Después de caminar un largo rato por San Agustín, vivimos unos días con los Kamsá (hombres de aquí) en un valle a orillas de los arroyos que luego formaran el Río Putumayo a 2.200 metros de altura sobre un corredor Andes-Selva en el costado oriental de los andes colombianos. Nos alimentamos y emborrachamos con chicha de maíz fermentada.


La mayoría de las casas tenían en sus frentes hermosos árboles de floripondio, ellos los conocen como borracheros y simbolizan protección por un lado y también se usan en rituales específicos.





Valle de Sibundoy

Valle de Sibundoy










El día era caluroso, ese calor de la selva que te envuelve de cabeza a pies. Mi amiga Lindsey estaba alejada del mundo real, pero sentada en la tierra leyendo Más allá del bien y el mal de Nietzsche. Yo hacia dedo en un pueblo cerca de Orito en el Putumayo Colombiano. El agua de la lluvia llegó y junto con ella un personaje que nos iba a llevar al mundo místico de los Cofanes. Vi sus collares de jaguar, sus pulseras de colores fuertes y supe que era Chaman. Los chamanes en la Amazonía colombiana se hacen llamar Taitas, que significa padre en lengua quechua. Le pregunte si daba yagé, que es la palabra que usan para el ayahuasca, y si nos llevaba a la Hormiga a buscar a un taita Cofan que me habían recomendado en Mocoa. No sólo me dijo que nos llevaba sino que él iba a una ceremonia en dónde estarían varios taitas reunidos, nos dijo que eran Cofanes y que había que caminar un buen rato por la selva hasta su maloca.


Este personaje se hacia llamar Taita Cachi, decía ser Huitoto, una etnia que aún habita en la amazonia Ecuatoriana y Colombiana, por el río Putumayo. El camino hacia la Hormiga era pésimo, entre los aturdidores ruidos de chapas de su camioneta pude deducir que el taita Cachi sabia mucho de la planta y que era un tipo duro, me habló de Universario, el Chaman que vivía cerca de la maloca, propiamente Cofan. Esta etnia habitan aún en Colombia, hay grupos Cofanes que viven en los ríos Guamés y San Miguel, en las reservas Santa Rosa del Guamés, Santa Rosa de Sucumbíos, Yarinal y el Afilador. También se los ve por el rio aguarico de Ecuador, en el departamento de Sucumbiós. En el camino, a una media hora antes de llegar a la Hormiga la camioneta dobló a la derecha por una calle angosta hasta que después de 10 minutos se detuvo abajo de un árbol. Comenzamos a caminar con nuestras mochilas hasta una casa de madera en dónde una señora Cofán nos dió un plato de pescado con arroz. El taita Cachi desde una hamaca respondió a cada una de las preguntas que yo le hacía sobre los psicoactivos del yagé, sobre los rituales y sobre otras drogas de la amazonia. Hice un té de guayusa que había traído de la amazonia ecuatoriana y todos quedaron encantados, la guayusa es la planta con más cafeína que se conoce y crece sólo a los alrededores del Napo Ecuatoriano. Es muy buscada en Colombia.


Caminamos por la selva unos 30 minutos hasta una cabaña en medio del verde monte, ya atardecía pero alcancé a ver los rostros de unos niños, de una pareja de gente mayor, y otros cuerpos que en silencio caminaban o se mecían en las hamacas que ahí estaban colgadas. Até la mía y me puse a descansar, Lindsey hizo lo mismo. Dormí.



Maloca Cofan



Cuándo desperté había una o dos personas más, hablaban y reían en voz baja, la noche ya había caído y alguien había prendido unas velas. Busqué al taita Cachi y le mencioné si había algún problema en que Lindsey hiciera la ceremonia estando con su regla. Me dijo que no iba a poder ser y que nadie debía saberlo, porque en ese caso, los Cofanes no la dejarían ni siquiera estar allí. Con su muy inteligente feminismo Lindsey se enojó y se propuso ser muy observadora de cada detalle de la ceremonia. Al rato el taita Cachi me presentó a Universario, un viejito no muy alto, la obscuridad no me dejo ver ni su cara ni sus ojos, vi un cuerpo muy armado y una tranquilidad en su habla que me gustó. Me dio la bienvenida y me dijo que podría estar allí el tiempo que quisiera.






 Los silbidos comenzaron a robarse la noche, el ritual comenzaba. Se oían soplidos y uno a uno se iban acercando al frente del taita Universario que sentado en un banquito soplaba el recipiente de madera que contenía el yagé. Observé cada movimiento de los que pasaban a tomar lo que ellos llaman EL REMEDIO y también vi los ojos de Universario, con una mirada dura. Llegó mi turno e imité lo que los otros habían hecho, me arrodillé en frente de él, y mientras el cantaba me estremecí recordando el sabor del ayahuasca, una suerte de arcada me dio con solo imaginarlo. Me pasó el recipiente y lo sentí muy pesado, pensé en no poder acabarlo, me hice como todos la señal de la cruz y comencé a beberlo intentando no sentir, no oler. Me sorprendí al ver que era mucho más aguado y no tan asqueroso que los que había tomado en las comunidades shipibas, quechuas y kamsak. Lo acabé en 3 o 4 sorbos. Le di mis manos y el las sopló. Luego fui al fuego y me senté relajado. Me dio un ataque de bostezos y fui a la hamaca a descansar. No se cuanto tiempo dormí, me despertó el taita cachi ofreciéndome más yagé, no alcancé a decirle que no y a los tumbos tuve que salir a vomitar, estaba muy mareado y vomite mucho. Vi muchos colores de golpe, parpadeé y los colores se hacían más fuertes. Volví como pude a la hamaca. Cerré los ojos y comencé a sentir en mi cuerpo y en mi cabeza todas las sensaciones de todas las drogas que había probado en mi vida, mi boca comenzó a largar mucha saliva como cuando comí amanitas muscarias, sentí la introspección de ese lindo viaje en una montaña de mi Córdoba. Mi corazón se aceleró y sentí que todo lo podía, mi autoestima y soberbia era muy alta, como cuando probé la cocaína colombiana. Ideas locas se conectaban con una lógica también loca como cuando fumo marihuana. Sentí hambre. Mis ojos veían los caleidoscópicos colores del LSD, sentía que se abrían puertas en mi cabeza y que lo podía ver todo, todo mi cuerpo estaba inundado de dalilescas sensaciones lisérgicas. Sentí el hachís y me colgué, sentí el hongo de Los valles de Colombia, el San Isidro (Psilocybe cubensis) y corrí. Sentí que todo eso era bueno, que todo tomaba forma ahora, sentí esas drogas una por una y todas a la vez. Sentía un cosquilleo que recorría mi cabeza y bajaba por mi espalda, me gustaba sentirme así. Vi con claridad que todo eso que experimenté era un sendero que me llevaba al ayahuasca. No se como pero cuando volví de ese viaje estaba en el fuego sentado y había un hombre, creo que era el padre de los niños que andaban por ahí, estaba con los ojos cerrados y sonriendo. Mis ojos estaban cansados, los cerré y vi un círculo de luz que rodeaba a la maloca, sentí que nos protegía, que estando ahí adentro nada malo podía pasar. La cabeza empezó a sentir esa hermosa sensación de cosquilleo acompañada con una sensación de agrandamiento y achicamiento del cráneo que me gustaba, pero que no aguantaba mucho tiempo, para frenarla había que abrir los ojos, y lo hice. Entonces fue cuando vi a Universario corriendo con pasos cortos, cantando y moviendo un palo con cenizas que largaba humo y un olor agradable. Sus cantos eran hermosos y en su lengua Cofan pero a veces entendía palabras sueltas incorporadas como DIOS MIO, AYUDAME, ALUMBRAME. Me gustaba oírlo, cerré los ojos para escucharlo mejor y volvieron esas sensaciones de sentir mi cabeza inflándose, abrí los ojos otra vez y sonreí al ver la belleza de un montón de taitas vestidos de colores danzando y tocando armónicas. En ese momento creí que nunca había visto algo tan lindo y auténtico, era una fiesta. Iban y venían corriendo mientras Universario seguía rodeando la maloca siguiendo el mismo camino que yo había visto en forma de luz rodeando y protegiéndonos. Todas las armónicas sonaban a la vez y en un volumen muy fuerte, pero el sonido no era caótico, había orden, había magia. Cerré los ojos y unos verdes y azules muy intensos pintaron mi cabeza, logré escuchar cada nota de cada armónica por separado, iban y venían desde y hacia la selva, se perdían algunas lentamente y volvían a aparecer con mayor intensidad. Con los cantos pasaba lo mismo, por momentos se callaban y lentamente salían de nuevo en forma progresiva hasta sentirlos casi susurrando mi oído. Todos callaron de repente y un silencio absoluto llegó. -Cachiiii, Cachiiii- gritaba una voz con mucho sufrimiento y miedo, era un cumpa que no estaba pasándola tan bien en su viaje, la voz de Cachi vino como desde la selva diciendo : Piense primo, piense- Yo más bien le hubiera dicho No piense, no piense!- ya que el ayahuasca de repente te trae muchos pensamientos a la vez, son demasiadas cosas juntas y uno no sabe que carajo hacer con todo eso! conexiones muy complejas y simultaneas vienen entre ideas y colores. Lentamente fui bajando, el fuego me abrazaba y me sentía muy contento, hablé un rato con un pibe de Bogotá que estaba desde hacia un tiempo viviendo con los Cofanes, le hice preguntas y el se entretuvo contándome detalle por detalle los símbolos del ritual, que significaba cada hoja, cada danza, cada limpieza, la función de los taitas ayudantes, y me habló mucho de Universario.


Tuve ganas de tomar yagé otra vez y lo hice. Inmediatamente me acordé de Lindsey, no la vi en toda la noche, sonreí al pensar que pasaría por su cabeza al escuchar y ver las danzas y la gente dando tumbos, vomitando y el pibe del mal viaje que no dejaba de gritar. Fui a verla y justo donde ella estaba el taita Universario estaba haciéndole una limpieza a una mujer semidesnuda, la escupía con aguardiente, y la golpeaba con una planta de espinas. No quise entrar y volví al fuego. Cerré los ojos y el mundo dentro de mi cabeza volvió a activarse, a palpitar con un ardor sensual que se perdía en surreales conbinaciones. Películas que se estiraban como chicle en mi mente. Recordé lo que había leído, olvidarse de todo y concentrarse en una sola imagen. Era imposible, las imágenes cambiaban al ritmo de los pensamientos. Abrí los ojos y vi cuerpos perdiéndose en la selva a vomitar, volvían dando tumbos. En esos momentos con una humilde sonrisa y con un tono muy materno el taita Universario me dijo que lo siguiera. Me sentó en dónde la mujer semidesnuda había estado, me saque mi camisa y sus cantos me llevaron a una suerte de entresueño hipnótico, los plumerasos con las hojas de Waira sacha me acariciaban toda la piel, el frio alcohol que me escupía me estremecía. Le agradecí la limpieza y me acosté al lado de Lindsey que estaba en la hamaca en silencio y observando cada detalle de esa extraña ceremonia. Me preguntó si estaba bien, intenté decirle que si, pero no pude hablar bien, Salí afuera y las estrellas se estrellaban al suelo en línea recta, el suelo estaba lleno de sombras. Necesitaba dormir, y lo hice.


De izquierda a derecha, Lindsey, taita ayudante, Universario, Yo y el aprendiz del Taita Universario.

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